lunes, 12 de julio de 2010

Los modales de la pasión: Adam Smith y la sociedad comercial III, 3

III. Las Leyes diacrónicas de la Sociedad

Al escritor de historia conjetural no le concierne el hecho histórico, sujeto a accidentalidades contingentes, sino las características generales (o 'naturales') de los fenómenos humanos bajo consideración (Dugald Stewart).

Que las afirmaciones más sustanciales de Smith sobre la naturaleza del sistema social hayan de encontrarse en las Lectures on Jurisprudence no debe extrañar si se advierte que el derecho sólo puede existir en la misma medida en que se establecen relaciones entre los hombres, y entre estos y las cosas: narrar la historia del derecho, mostrando los distintos estados de civilización por los que han pasado las sociedades hoy más avanzadas y su relación con las leyes vigentes en cada momento es, entre otras cosas, una historia de los diversos modos en que se ha instalado el hombre en el mundo. J. G. A. Pocock llega incluso a afirmar que "la jurisprudencia fue la ciencia social del siglo XVIII"[1].

Por otra parte, la influencia del estudio del derecho para el surgimiento de la conciencia histórica es marcada: en el nacimiento de la historia tal como la concebimos ahora operó poderosamente la investigación sobre derecho romano desarrollada por los juristas humanistas franceses de los siglos XVI y XVII: si bien el producto de su estudio no es una narración del género de lo que en la actualidad llamamos "historia", sí es relevante para el surgimiento de esta, ya que, en oposición a la escuela liderada por Bartolo de Sassoferrato (1314-57), intentaron comprender el derecho romano de la única manera que creían provechosa: enmarcando el cuerpo jurídico en una reconstrucción de las instituciones y costumbres romanas que le eran coetáneas. En muchos casos se trataba únicamente de una reedición puntual y rapsódica, pero la forma mentis que nacía de tales empeños prestaría la posibilidad de entender, por una parte, la interacción de cierta entidad legal con el resto de las instituciones culturales, y, por otra, el modo en que los legisladores comprendían su ámbito cultural y, por tanto, el modo en que se reconocían en él. Aquí se ha­llan incoadas sociología y hermenéutica[2].

La historia que escribe Smith, como se mostró en la sección anterior, está en el campo común de estas dos ciencias con la filosofía de la cultura, la antropología, etc. Se trata ahora de delimitar su alcance y de examinar las instancias de ese modo de narrar la evolución de la mente humana, para lo cual habrá de seguirse el análisis smithiano de las relaciones históricas entre derecho y sociedad.

1. Justicia y Derecho

La jurisprudencia es la teoría de las reglas por las cuales debería regirse el gobierno civil, y la meta de su estudio es intentar mostrar la fundamentación de los distintos sistemas de gobierno y hasta qué punto están basados en la razón. Lo que se busca es, por consiguiente, un sistema de lo que cabría denominar "jurisprudencia natural", o una teoría de los principios que deberían permear las leyes de todas las naciones y ser su fundamento[3].

De entre esos fines del gobierno, el que tiene interés ahora[4] es el primero y principal: mantener la justicia, considerada por Smith sólo en su parte conmutativa[5], consistente en prevenir que unos miembros de la sociedad allanen la propiedad de otros y tomen lo que no es suyo.

En la sección anterior se presentó la economía de Smith como un intento de hacer justicia por medios técnicos. En el caso de su sistema jurídico, también la justicia adquiere una localización vertebral, debido a una diferencia tajante entre esta virtud y el resto: sólo la justicia puede ser exigida, además de recomendada[6], lo cual resulta bastante provechoso, teniendo en cuenta que es condición necesaria para el mantenimiento de la sociedad. Quizá esta feliz coincidencia se deba a la constitución de la simpa­tía[7]: los hombres estamos mucho más dispuestos a simpatizar con los sentimientos de felicidad que con los de desgracia, pues las profundidades de la miseria humana son abismales, y a su percepción corresponde la tristeza. En las Lectures on Rhetoric and Belles Lettres, Smith parece dar un paso más, en un texto que no propone como explicación de este hecho de la naturaleza humana, pero que lo torna inteligible: aunque podamos sobrevivir sin placeres, "parece absolutamente necesario que sintamos cierto grado de intranquilidad cuando adviene algo dañino, puesto que sin este [sentimiento], seríamos, con toda probabilidad, destruidos"[8]. Cuando el acontecimiento doloroso no es accidental sino producido por la acción humana, la intranquilidad se torna resentimiento. Así, "la violación de la justicia es el daño: causa un perjuicio real y positivo a cierto particular, por motivos que son reprobados naturalmente. Por consiguiente, el objeto propio del resentimiento y el castigo es la consecuencia natural del resentimiento"[9].

Hay, pues, una distinción tajante entre la justicia y el resto de las virtudes, que son de la misma índole que la beneficencia: la obligación que sentimos de actuar obligados por la justicia es más fuerte que la que sentimos de actuar, a nuestro agrado, de acuerdo con la amistad, la caridad o la generosidad; la medida en que practiquemos estas últimas virtudes parece haberse dejado a nuestra discreción; no así la de la justicia[10].

Por su carácter negativo, la justicia es susceptible de ser plasmada en reglas generales, independientemente de juicios particulares. En efecto, puede ser juzgada desde fuera, sin tener en cuenta las intenciones, lo que permite emitir juicios sin peligro de ignorar algún tipo de atenuante o agravante. Las reglas generales de casi todas las virtudes que determinan los modos de proceder prudentes, caritativos, generosos o de gratitud son tan vagas e imprecisas en tantos respectos, admiten tantas excepciones y requieren tantas modificaciones que apenas nos resulta posible dirigir nuestra conducta por ellas. En cambio, las reglas de la justicia son precisas en extremo y no admiten modificaciones, salvo aquellas que pueden establecerse con tanta precisión como las reglas mismas y que, generalmente, fluyen de los mismos principios que estas: "las leyes de la justicia pueden compararse a las leyes de la gramática, mientras que las reglas de las demás virtudes a las establecidas por los críticos para el logro de lo sublime y de lo elegante en la exposición. Las primeras son precisas, ajustadas e indispensables. Las segundas son anchas, vagas e indeterminadas, y lo que hacen es, más bien, presentarnos una idea general de la perfección a la que deberíamos apuntar, sin dotarnos de directrices ciertas e infalibles para alcanzarla"[11].

Por tanto, buscar los principios de derecho natural que deberían fundamentar todo gobierno equivale a construir un sistema de reglas negativas que garantice la justicia para toda persona, es decir, un sistema que proteja de acciones que suscitarían el resentimiento del espectador imparcial. Estas áreas privativas del individuo son sus derechos[12], concepto que, fundamentado en el carácter negativo de la justicia, define el marco legal en el que se desarrolla la actividad de los ciudadanos.

Ahora bien, este plexo no es susceptible de una explicación meramente sistemática, puesto que, en la misma medida que el derecho tiene como función defender al individuo de intromisiones, promover la opulencia, recaudar fondos, etc., el tipo de ley relativa a un momento determinado dependerá del tipo de estructura social del que forme parte[13]: es preciso desgranar los pasos por los cuales se pasa de una sociedad primitiva, cuya legislación es paupérrima, a una comercial, ya que "cuanto mejor es una sociedad y más adelantados están los medios de sostener a sus habitantes, mayor es el número de leyes y regulaciones necesarias para mantener la justicia y prevenir las infracciones del derecho de propiedad"[14]. El nombre con el que suele conocerse la doctrina de Smith al respecto es "teoría de los cuatro estadios".

Dos son las obras, y varios los lugares[15], en los que se enumeran o explican las distintas fases posibles de la historia de una civilización. Esta sección, más epistemológica que histórica, tratará de mostrar el modo en que se ordenan jerárquicamente los distintos elementos de una sociedad, y discutirá la tesis común de que Smith considera los factores no económicos del sistema sociocultural como poco más que epifenómenos de los económicos. También, y consecutivamente, cuál es el estatuto de las leyes, si es que las hay, que conforman una sociedad, discutiendo la interpretación rígidamente determinista de su pensamiento social.

2. La Teoría de los Cuatro Estadios[16]

De acuerdo con Smith, las sociedades pueden pasar por cuatro estadios de organización, que conforman cuatro sociedades distintas: la de los cazadores, la de los pastores, la agrícola y la comercial[17].

La más primitiva está condicionada por el primer modo de subsistencia del que puede servirse el hombre[18]: la recolección de frutos y la caza; lo que presenta, al menos, dos consecuencias. En primer lugar, el número de sus miembros será relativamente pequeño, ya que el campo circundante no puede resultar suficiente para más de doscientas o trescientas personas, con lo que las comunicaciones entre ellas serán casi nulas, dada la distancia existente entre aldea y aldea. En segundo lugar, será una sociedad pobre, ya que la división del trabajo se encontrará en un estadio embrionario: en la misma medida que la diferenciación de funciones laborales es, como ya se vio, la base del progreso económico, y que depende de la inclinación humana a intercambiar cosas, una densidad alta de población y unas comunicaciones eficaces, escasísimas en este estadio, son condiciones indispensables para el avance. Esta situación tiene dos corolarios: el primero es que, si la tecnología no está avanzada y la dispersión impide el ejercicio claro de una autoridad común, esta sociedad será fácilmente subyugada por otras más avanzadas; y, relacionado con el anterior, que el gobierno será débil, ya que no se da ninguna de las circunstancias que contribuyen a concentrar sólidamente el poder: superioridad de nacimiento o fortuna. Lo único por lo que se rige el liderato en una sociedad en este primer estadio es la excelencia personal y la edad, pero como ambas mueren con su poseedor, no puede llegar a establecerse una dinastía. En concordancia con este escaso desarrollo, tampoco habrá muchas disputas, ya que la propiedad se extiende sólo a las posesiones personales de uso más frecuente y, de este modo, tampoco se hará necesario un cuerpo legislativo: la "justicia" será aplicada por las familias en las ocasiones requeridas por las circunstancias[19]. Sólo en casos de faltas peligrosas para la sociedad, esta intervendrá como una piña[20].

El segundo tipo de sociedad, en el que Smith sitúa a sus contemporáneos tártaros y árabes, nace con la domesticación de animales[21]. Estas comunidades, siempre en busca de pastos, son nómadas, pero también más ricas y, por ello, más numerosas que las del estadio anterior. Otra característica derivada del modo de subsistencia es el nacimiento de la desigualdad en la riqueza (puesto que esta puede ahora almacenarse en forma de animales), que hace necesaria a su vez la introducción del gobierno, por dos razones: porque la riqueza posibilita su aparición, pues constituye un criterio hereditario de autoridad; y, además, porque lo requiere, pues el daño que se puede infligir a la propiedad ajena llega a ser enorme. Al mismo tiempo, este modo de subsistencia, en el que hay desigualdad de riqueza pero la división del trabajo todavía no ha avanzado mucho, hace que se creen relaciones de dependencia. El rico no tiene en qué gastar su fortuna, salvo en el mantenimiento de siervos, que dependen de él para la subsistencia y le convierten en un poder militar.

Aunque Smith mantiene que el mayor escalón entre los estadios es el que media entre este y el anterior, es posible adoptar otro punto de vista y aventurar que el tercer y cuarto estadios representan un salto especialmente amplio respecto de los dos primeros, pues se caracterizan por un incremento notable en el número de instituciones, especialmente legales, nacidas para salvaguardar los derechos del ciudadano. Lo relevante de esta circunstancia es que la historia se acelera vertiginosamente: si el ámbito cultural está formalizado por instituciones que forman el marco en el cual y a través del cual tienen lugar los acontecimientos, y si es verdad que el individuo experimenta su vida con referencia a esas instituciones públicas, entonces la organización de una sociedad en un momento determinado no es extrínseca al modo y cadencia en que se desarrollan los acontecimientos. Esto quizá avale la definición de Pocock de la historia como "tiempo público"[22]: el marco cultural define los modos de aprehender la realidad y de clasificarla. Por decirlo con otras palabras, el modo en que capto lo que me sucede a mí y a la sociedad en la que vivo está establecido por referencia a las instituciones vigentes en mi cultura: en la misma medida que la personalidad se forja en las prácticas y estas se desenvuelven necesariamente en un contexto de instituciones públicas, las mutaciones del tejido institucional suponen cambios en los puntos de referencia en torno a los cuales articulo mi vida. De esta manera la multiplicación de las instituciones hace que el número de acontecimientos relevantes aumente en la misma proporción. Este crecimiento, además, no es externo a los mismos acontecimientos, pues la existencia de algunos de ellos sería imposible en otras circunstancias. Así sucede, por ejemplo, con la "actitud estética", que parece consolidarse a finales del XVIII y principios de XIX, que posibilita la aparición del paisaje, de la experiencia estética, del arte por el arte, etc.[23] La conciencia histórica, por tanto, sólo se adquiere al advertir que, si bien el tiempo cósmico es homogéneo, el tiempo histórico es distinto para cada cultura, debido a la diferencia en las instituciones.

Cuando el número de instituciones es reducido, el peso de la naturaleza es mucho mayor y no "pasan" tantas cosas. Excepto en el caso, quizás, de las guerras, las historias que se cuentan en los pueblos primitivos tienen como coordenadas acontecimientos naturales; en sociedades agrarias, entre las que, a pesar del aumento, no hay grandes diferencias en las instituciones, no nace conciencia histórica, porque el contexto en el que, y según el cual, tienen lugar los acontecimientos, es muy similar[24]. El paso a los estadios agrícola y comercial, por tanto, significa una especie de revolución en el curso de la historia (o, más bien, el verdadero paso a ella, porque, escribe Smith, la escritura se inventa como arte servil de las transacciones). De hecho, en los lugares en que se expone la teoría con más extensión[25] se entroncan estos dos últimos tipos de organización con una historia de Europa en la que se resalta el afianzamiento definitivo del gobierno y la extensión del cuerpo legal.

En la región Atica coincidieron tres circunstancias que hicieron posible ir más allá de este estadio: el suelo y el clima eran lo suficientemente buenos como para favorecer el cultivo, el país resultaba fácil de defender de las sociedades ganaderas y, en tercer lugar, fue posible establecer buenas comunicaciones con las sociedades vecinas. Estas condiciones hicieron que progresaran rápidamente al tercer y cuarto estadios. El estadio agrícola supone un gran paso, pues el cultivo de la tierra genera en su derredor un desarrollo notable de todo tipo de artes. En este punto, Smith repite, quizá inadvertidamente, a Aristóteles, quien había descrito al comienzo de la Metafísica cómo el ingenio aplicado a las tareas más básicas orientadas a la subsistencia condujo a una primera divi­sión del trabajo y al nacimiento de las artes[26]: aparte de lo destinado a la mera subsistencia, la agricultura introduce también la plantación de árboles, de algodón, etc., que, a su vez, dan lugar a nuevas manufacturas. Así, se produce un excedente en la producción que puede intercambiarse, de forma que se potencian los transportes y el trato entre personas lejanas. Un tramo más abajo en la cadena de subordinación de las ciencias está la escritura, como se dijo antes, destinada inicialmente a registrar las transacciones; y la geometría, desarrollada por la necesidad de la delimitación de los campos, etc.

Esta sociedad será, por supuesto, sedentaria y más numerosa que las anteriores, gracias a la mayor abundancia introducida por la agricultura. En este momento nace la ciudad, cuya importancia es difícil de exagerar: la envidia y rivalidad que produce la cercanía de la vida ciudadana llevaría a los nobles a ejercer presión para tener más presencia en la asamblea popular, hasta llegar a un modo de gobierno republicano, mitad aristocrático y mitad democrático. Mientras esta sociedad fue mayoritariamente agrícola, sus miembros estuvieron dispuestos a enrolarse en guerras, puesto que sus tareas en el campo podían olvidarse por un período de tiempo. El auge del comercio, sin embargo, produjo un cambio de condiciones[27]: si se deja el trabajo, se pierden inmediatamente los ingresos. A estas transformaciones debe añadirse el aumento del lujo consecuente al enriquecimiento. Por otro lado, el arte de la guerra progresó destacadamente, de forma que se hizo necesario depender de mercenarios para las campañas. Visto desde el otro punto de vista, la contratación de profesionales hizo que las ciudades fueran más asequibles a los invasores. En el caso de Atenas, y en general de los griegos, la mayor dependencia de los extranjeros se plasmó en el golpe de gracia proveniente de los Macedonios. Roma, por el contrario, mantuvo su imperio durante un largo tiempo por la fortaleza de sus legiones. Fue sólo en el momento en que hubo de apoyarse en germanos o constituyó milicias débiles en sus fronteras cuando comenzó a desmoronarse. Ahora bien, la larga pervivencia del Imperio no se debió sólo a su ejército, sino también a su buena administración de la justicia.

Durante el período republicano la autoridad permaneció en el pueblo, pero al paso que las instituciones comenzaron a multiplicarse y hacerse más complejas, el derecho y las actividades jurídicas también crecieron, de manera que muchas funciones hubieron de delegarse[28] en hombres con pericia: el poder judicial se separó del Senado. De esta forma, el derecho progresó espectacularmente hasta llegar al gran refinamiento que supone la promulgación de leyes formales[29]. Con los emperadores, a pesar de que los asuntos de justicia les fueron transferidos realmente a ellos, la impartición de justicia fue, si cabe, aún más estricta, pues constituía el mejor modo de guardar el orden público[30]. Aparte de esto, el hecho de que fuera un particular, y no una asamblea, quien impartiera justicia llevó al desarrollo de la jurisprudencia, pues el juez buscó guardarse las espaldas recurriendo a precedentes. De este modo, el derecho romano llegó a ser lo que fue, y en tal medida que, a juicio de Smith, la superioridad de los romanos sobre los griegos fue probablemente debida a la mejor constitución de sus tribunales de justicia que a cualquier otra cosa[31].

Tras largos años de indulgencia y declive, las invasiones de los bárbaros acabaron con el Imperio Romano, provocando una subversión del desarrollo: "cuando las Naciones germanas y Escitas arrasaron las provincias del Imperio, las confusiones que siguieron tan gran revolución duraron varios siglos. La rapiña y violencia que los bárbaros emplearon con sus antiguos habitantes interrumpieron el comercio entre los pueblos y el campo. Los pueblos fueron abandonados, el campo quedó sin cultivar y las provincias occidentales, que habían disfrutado un grado de opulencia considerable bajo los latinos, se hundieron en el más bajo estado de pobreza y barbarie"[32].

Los territorios conquistados fueron divididos entre los jefes y caudillos principales de esas naciones bárbaras, quedando una gran parte sin cultivar, aunque, cultivada o no, ninguna parcela quedó sin propietario[33]. Pero, con el tiempo, el poder de los grandes propietarios se magnificó, creando férreas relaciones de dependencia, en las dos direcciones, entre señores y vasallos: al igual que los segundos necesitaban de los primeros para subsistir, los primeros requerían a estos para su defensa, por lo que se vieron obligados a prolongarles los arrendamientos de sus tierras, hasta hacerlos hereditarios (feuda, y no munera).

Smith señala que la autoridad del gobierno de ese tiempo era demasiado débil en la cúpula y demasiado fuerte en la parte inferior: los nobles, a pesar de todo, seguían haciendo la guerra a discreción, frecuentemente contra el rey. Esta situación de inestabilidad política contribuyó, junto con la independización de los vasallos, al paso al estadio siguiente. En este proceso, de la agricultura al comercio, Smith privilegia el nacimiento de la ciudad, pues, además de la licencia que se otorgó a los ciudadanos para recaudar sus propios impuestos, también se las erigió en corporación, con el derecho a tener magistrados y ayuntamiento, de construir murallas para su defensa, etc. Esta política iba en beneficio tanto del rey como de los burgueses, pues así se podían defender unos a otros de la opresión de los señores feudales[34]. Las ciudades, por tanto, dueñas de sí mismas, se desarrollaron hasta convertirse en una especie de repúblicas independientes al estilo de Suiza[35]. Así, "el orden y el buen gobierno, y junto a ellos la libertad y seguridad de los individuos, fueron de esta manera establecidos en las ciudades en unos momentos en que los ocupantes del campo estaban expuestos a toda suerte de violencia"[36]. Las ciudades habían creado un mercado en el que comerciar, y en el que los grandes señores gastaron su dinero y su poder: mientras los grandes propietarios dedicaron sus rentas a mantener a sus vasallos, pudieron hacerlo sin dificultad. Pero al comenzar a emplearlas en el pago de numerosos comerciantes y artesanos, que poco contribuían a su subsistencia, hubieron de sacar más rendimiento de sus vasallos, cosa que estos aceptaron con la condición de que se les asegurase en sus posesiones. De esta manera nacieron los granjeros, que explotaban la tierra con su propio capital, pagando una renta al señor[37]. Las relaciones de dependencia, por otra parte, aliviadas por la anterior circunstancia, fueron ulteriormente diluidas por el hecho de que, al derivar cada uno sus ingresos de personas distintas, no eran dependientes de ninguno de ellos en particular. Estas circunstancias constituyeron el comienzo del estadio comercial, marcado por las características reseñadas en la sección anterior de este capítulo.

3. Economía y Libertad

Son muchos, por tanto, los lugares en que Smith indica cambios culturales que no tienen como base supuestos factores económicos determinantes y, por otra parte, una comparación textual hace posible comprobar que la misma organización económica casa con distintas organizaciones sociales que, y esto es relevante, resultan incompatibles entre sí. Lo económico no es determinante del resto de elementos sociales, como se comprueba, en primer lugar, en textos que resaltan la importancia de la defensa y el derecho, como se ha podido advertir; y que ambos asuntos se descomponen, según afirma Haakonssen[38], en materia de moralidad civil, educación, organización, instituciones políticas, relaciones internacionales, tecnología, etc. A este primer conjunto de pasajes hay que añadir un segundo, formado por aquellos lugares en que Smith atribuye al azar la causa de ciertos acontecimientos[39].

Aparte de estos documentos textuales, debe añadirse que quizá resulte incorrecto enjuiciar la teoría smithiana de los cuatro estadios como si se pudiera hablar de la relación entre modos de subsistencia y tipos de sociedad: es verdad que la actividad económica de los primeros hombres determina en gran medida sus vidas, pero no resulta menos cierto que en los últimos estadios de la sociedad, como se aprecia en el análisis de Smith, el número de instituciones se ha multiplicado tanto que el ámbito de operación humano es ya prevalentemente cultural: no se depende tanto de las condiciones naturales, puesto que la supervivencia está garantizada.

La tesis de que hay una independización creciente de los factores económicos de subsistencia parece verdadera, con independencia de la teoría smithiana: por lo general, del mismo modo que se puede caracterizar la marcha de la historia como una diferenciación de esferas, también se la puede ver, si bien desde un punto de vista más particular, como un incremento en la urbanización de la naturaleza. Así, el hombre de nuestro siglo, caso extremo por definición, se ha emancipado en grandísima medida de las condiciones naturales, de forma que puede desarrollar su actividad más libremente que en tiempos anteriores: el avance de los saberes, entendido en toda su amplitud, suaviza la interacción entre hombre y mundo, canalizando y potenciando la acción de ambos.

Por otra parte, señalar la influencia de la posibilitación que establecen algunas condiciones materiales sobre modos de comportamiento individuales o sociales y postular un determinismo son dos tesis separadas por una distancia enorme. Se puede, por ejemplo, establecer una cierta relación entre lazos familiares y tasa de mortalidad infantil, de carácter no determinista: en sociedades técnicamente más atrasadas que la nuestra, la alta tasa de mortalidad infantil contribuía no sólo a que, para asegurar una descendencia que permitiera proveer en el futuro a las necesidades de la propia subsistencia, fuese necesario dar a luz un elevado número de hijos, sino también a que los padres no pusieran en cada uno de los hijos tantas expectativas, que su estima no fuera intensa como ahora[40]. Pero hacer ver esta relación no prejuzga nada sobre la libertad de esas personas: se trata de advertir que unas condiciones dadas (biológicas, culturales, o las que sean), contribuyen a establecer un marco de operatividad y, por tanto, de expectativas, sobre el que el individuo construye su vida. Esto sólo equivale a decir que la libertad del hombre está situada, no sólo internamente, por su constitución ontológica, sino, desde el exterior, por naturaleza y espíritu objetivo. Unos cuantos determinismos[41], en cualquiera de sus formas, pueden verse como una extrapolación de esta característica. Pensar que descubrir una correlación entre dos fenómenos es descubrir una causalidad mecánica y exhaustiva de tipo humeano resulta demasiado simplista, ya que, por lo menos, deben considerarse, al menos, dos puntos.

En lo referente al estatuto y el ejercicio de la interpretación humeana de la causalidad, es imprescindible dilucidar si cabe hablar de influencia causal de A en B sólo si se ha producido un cambio en B. En otras palabras: ¿es posible hablar de causalidad sin efecto? Parece que sí: que el resultado de dos fuerzas contrapuestas sea un estado de reposo no cancela la existencia de estas. La masa de la Tierra ejerce una atracción real sobre la luna, y, por tanto, una causalidad física real sobre el movimiento de su satélite, exactamente igual, aunque de sentido contrario, al de la resultante de las atracciones de todas las demás masas celestes. Sólo por ello la luna se mantiene en su órbita. En esta medida, ni aun la causalidad física puede entenderse exclusivamente como una sucesión nomológica, conforme a ley, de dos eventos. Otra razón, ligada con la anterior, para desechar la interpretación humeana de la causalidad es la siguiente: no se puede interpretar la causalidad como lo que siempre sucede, pues esto equivaldría casi a negar a todo ente la condición de causante. Más que de causas, se deberían dar explicaciones en términos de tendencias[42].

En lo referente a la especificación de la causa, debería establecerse, en primer lugar, un influjo necesario y suficiente entre economía y fenómenos que se quieren explicar, es decir, que tal y cual cosa dan lugar a esta(s) otra(s). Una vez establecido el influjo habría que demostrar, en segundo lugar, tanto que la causa da lugar necesariamente al efecto como que las variaciones en la causa determinan modificaciones en el efecto. Para defender una postura realmente determinista no basta con afirmar una genérica relación entre variables: hay que ver cómo las variaciones en la causa determinan el efecto y, lo que es bastante más difícil, cómo las variaciones relevantes en el efecto pueden explicarse suficientemente aludiendo a variaciones en la causa. Si estas condiciones no se cumplen, la explicación determinista corre un grave riesgo de convertirse en vacua[43].

Este es el caso de Marvin Harris, quien establece como principio metodológico de su materialismo cultural el principio del determinismo tecnoecológico y tecnoeconómico, y, como ya se ha indicado, encuentra algunos de sus precedentes en figuras de la Ilustración escocesa, es­pecialmente Ferguson y Millar. En El desarrollo de la teoría antropológica define sucintamente el principio del determinismo tecnoecológico y tecnoeconómico como la máxima según la cual "tecnologías similares aplicadas a medios similares tienden a producir una organización del trabajo similar, tanto en la producción como en la distribución, y esta a su vez agrupamientos sociales de tipo similar, que justifican y coordinan sus actividades recurriendo a sistemas similares de valores y creencias"[44]. Ahora bien, la expresión "tienden a", no debe llevar a engaño: Harris pretende mantener un determinismo rígido.

Pero, ¿representa Adam Smith una postura de este tipo? En bastantes ocasiones se ha calificado de "materialista" y "determinista", resultando muy significativa de esta línea de interpretaciones la forma en que los editores de las Lectures on Jurisprudence abordan el asunto: "otra precisión de casi la misma importancia es que el uso que Smith hace de la teoría de los cuatro estadios como una especie de marco conceptual dentro del que se sitúa una gran parte de la discusión, y su aceptación consciente de un planteamiento más general y 'naturalista' o 'materialista' que subyace a la teoría de los cuatro estadios, son más evidentes en LJ(A) que en LJ(B)"[45]. Sin embargo, esta corriente de interpretaciones que convierten a Smith en defensor de un determinismo materialista parece gozar de peor salud de lo que quieren esperar algunos.

Si es verdad que puede establecerse una distinción entre la obra de un autor y la idea que él puede tener de esta, podría decirse que, por lo que respecta a lo primero, Smith no es determinista, pues no completa satisfactoriamente las condiciones señaladas arriba. Pero, lo que es más, desde el punto de vista de la idea que el autor tiene de su obra, ha de añadirse que Smith nunca profesó la creencia de que las estructuras económicas determinasen el resto de componentes culturales (perspectiva sincrónica), ni la de que el paso de un estadio de la sociedad a otro fuera necesario (perspectiva diacrónica).

La opinión más correcta quizá sea que la relación para Smith entre el modo de subsistencia y la organización social no es de determinación, sino de posibilitación, como muestra el siguiente texto de las Lessons on Rhetoric and Belles Lettres: "por lo común, la opulencia y el comercio preceden a la mejora en las artes y al refinamiento de todo tipo. Con esto no quiero decir que la mejora de las artes y el refinamiento de los modales [manners] sean las consecuencias necesarias del comercio —los holandeses y venecianos dan testimonio contra mí—, sino que [el comercio] es un requisito necesario"[46]. Parece que cada uno de los miembros del par "requisito necesario" y "causa determinante" puede referirse, respectivamente, a "causa necesaria" y "causa suficiente". Smith está haciendo un análisis ajustado, e ingenioso la mayoría de las veces, de la constitución y evolución de las sociedades. Creer que los fenómenos económicos determinan el resto de circunstancias es como sostener que los huesos de mi cuerpo son un fenómeno distinto de mi constitución espacial, y que lo primero determina causalmente lo segundo, cuando en realidad no se puede separar lo primero de lo segundo: tener tales huesos es tener tal constitución espacial. Con otras palabras: se están tomando dos aspectos distintos de una realidad y estableciendo que entre ellos media una influencia causal necesaria, puesto que están de tal manera relacionados que un cambio en uno de ellos "produce" otro cambio en el segundo elemento. Más bien habría de pensarse que las variaciones en esos dos elementos son la misma bajo dos puntos de vista distintos.

En contra de la interpretación determinista materialista de Smith, tiene, pues, razón Haakonssen al afirmar que "ciertas condiciones, amplias y generales, de corte económico son necesarias para ciertas formas, amplias y generales, de organización social y política. Esto es lo que propone Smith con su teoría de los cuatro estadios, pero nunca confunde una taxonomía con una explicación"[47].

Prosiguiendo la línea abierta por Haakonssen, conviene advertir ahora que el propósito de la teoría de los cuatro estadios no es mostrar el orden real por el que ha pasado la civilización occidental y por el que habrán de transitar las que hoy se encuentran en fases primitivas, sino señalar cuatro modos típicos de organizar una sociedad, por referencia a los cuales se puede alcanzar una comprensión más lúcida de esta. Smith comparte en gran medida el punto de vista de Aristóteles y el de Weber, autores en los que los tipos ideales son empleados para iluminar[48] las situaciones reales. Si se tiene esto en cuenta, se podrá advertir que no se quiere una correspondencia estricta entre teoría y realidad, sino un instrumento conceptual útil, con fundamento, para entender la historia de las civilizaciones, como se ha recalcado al explicar el concepto de "historia conjetural".

A propósito de esto puede descubrirse un paralelismo con Vico, a quien Harris también endosa erróneamente un "determinismo 'natural' e 'histórico'[49], en cuanto que este busca categorizar el devenir histórico desde el punto de vista de las facultades: la historia puede verse como un desarrollo con ciclos marcados por el modo en que las facultades se vuelcan al exterior en un momento determinado: de la transitividad completa inicial a la reflexión exagerada y su barbarie[50].

Smith, por su parte, busca perspectiva desde el espíritu objetivo: tal institución cultural o tal circunstancia histórica son las condiciones de que aparezca tal o cual otra institución. Se trata, pues, de un análisis de los fundamentos y modos de operar de las culturas, que se legitima por su fecundidad explicativa y por el modo en que ilumina la comprensión de la propia cultura. En este sentido, su filosofía se acerca a la literatura en el modo en que la entendía Conrad, si se tiene en cuenta que Smith escoge unos momentos históricos, los eleva e ilumina, de forma que el resto de situaciones culturales, que no son modelos puros, tipos ideales, puedan ser atisbados en su estructura. Así, Smith no está propugnando que la sucesión que él propone sea necesaria para toda cultura, sino que puede tomarse como patrón para juzgar sobre el desarrollo de una sociedad.

El planteamiento smithiano, como también el de Vico, es, ciertamente, parcial, pero está a una gran distancia del peligro que supone intentar formalizar la historia atendiendo a intereses ideológicos. Casi siempre pueden encontrarse los datos necesarios para hacer creíble casi cualquier interpretación histórica, pues basta con ser medianamente astuto para espigar los que convienen y dejar de lado los que invalidarían la teoría. Pero en el caso que nos ocupa, existe un criterio claro de validación, a saber, que son vulnerables. Por lo que respecta a Vico, su intento ha de juzgarse en dos instancias: ¿tienen las facultades humanas la dinámica que se les atribuye? y, en segundo lugar, ¿se puede probar que hay una conexión, si bien no determinante ni exhaustiva, entre la dinámica de las facultades y la organización y funcionamiento del sistema cultural, de modo que puedan hacerse correlativos, hasta un punto todavía por determinar, unos cambios en la formalización de las facultades y otros cambios de la sociedad? Si ambas preguntas obtienen respuestas afirmativas, el análisis de Vico adquiere validez, que no por ser limitada, impide que su trabajo resulte útil, en cuanto que ayuda realmente a comprender el sistema social y cultural.

Por lo que se refiere al planteamiento de Smith, el punto de vista es otro: ¿hay elementos en el sistema cultural que no tienen sentido sin otros, respecto de los cuales se hallan en la relación de fundamentado-fundamento? ¿Es verdad que existe en el hombre un deseo general de mejorar su condición, entendida no sólo en lo material, sino en el resto de artes que hacen la vida buena; y que este deseo es el que hace al hombre avanzar culturalmente? Del mismo modo que para Vico, las respuestas afirmativas a estas preguntas suponen la carta de ciudadanía para el método de Smith. A la vista de estas consideraciones anteriores, se podría decir que Vico y Smith escriben algo muy cercano a lo que ahora conocemos como sociología y filosofía de la historia.

No cabe atribuir a Smith un determinismo, ni aun en una supuesta forma "blanda", pues lo económico puede también depender de, por ejemplo, la jurisprudencia. Y, a su vez, estas dependencias han de tomarse, al modo que se señaló arriba, como posibilitaciones. El supuesto "materialismo" de Smith —lugar común representado en este capítulo por los editores de las Lessons on Jurisprudence de la Glasgow Edition, por ejemplo— es una interpretación sesgada.

El siguiente paso en la argumentación consistirá en el estudio detenido de la sociedad a la que Smith considera meta del progreso cultural, donde se mostrará lo paralelo que su planteamiento es, en la forma, al de la filosofía de Aristóteles: la sociedad comercial es, como la polis, el marco necesario para la humanización, el ámbito donde lo humano llega cabalmente a ser. Se acompañará este análisis de una breve narración del debate habido en Gran Bretaña en tiempos de Smith, motivado por las transformaciones económicas y sociales que marcaban el tránsito a una sociedad comercial a gran escala.




[1] Pocock, J. G. A., Virtue, Commerce and History. Essays on Political Thought & History, Chiefly in the Eighteenth Century, Cambridge: Cambridge University Press, 1985, p. 49.

[2] Por consiguiente, el estudio de las leyes romanas, vigentes civilmente en la mayor parte de Europa y presentes en otros ámbitos por medio del derecho canónico, puso a los comentadores en condiciones de cuestionar la viabilidad de su estudio, ya que: ¿cuál era su sentido, teniendo en cuenta que muchas instituciones romanas habían desaparecido, sin dejar tras de sí equivalentes o descendientes suyos de filiación clara?

En el caso del pensamiento inglés, por otra parte, no se dan las circunstancias del francés, puesto que la hegemonía absoluta de la Common Law hizo valer su ambigüedad: Selden tenía razón al afirmar que la ley consuetudinaria inglesa era como un Jano, puesto que se podía interpretar como cambiante, lo que implicaría un estudio parecido al de los juristas franceses, o como un cuerpo legal que hubiera permanecido inalterado desde tiempos inmemoriales; la segunda interpretación fue la que se hizo efectiva. De hecho, dado el carácter distintivamente no escrito de la ley consuetudinaria, los primeros registros gráficos de cualquier ley eran interpretados como una prueba de que aquella era más antigua que los mismos registros, en su virtud de ley no escrita que, en cuanto tal, sólo con posterioridad es recogida en el papel. Cfr. la obra de Pocock, The Ancient Constitution and the Feudal Law, A Study of English Historical Thought in the Seventeenth Century, New York: Cambridge University Press, 1987, caps. 1 y 2.

[3] Cfr. TMS VII.iv.37.

[4] El segundo fin sería promover la opulencia del estado, objeto de la "police", y que consistía en regular el comercio, la agricultura y manufactura, aparte de la limpieza. También trataría de la seguridad pública por lo que a incendios y orden público se refiere. Tendría que ver con el primer fin. El tercer fin sería la recaudación de capital para mantener el estado ("revenue"). Por último, la promulgación e implementación de las leyes sobre guerra y paz ("arms").

[5] Esta concepción de la justicia proviene de Grocio, como se verá.

[6] La beneficencia, por ejemplo, si bien más excelsa que la justicia, es menos necesaria, pues su falta no pone en peligro la constitución de la sociedad: "la mera falta de beneficencia no tiende a crear mal real alguno. Podría (...) suscitar justamente el desagrado y la desaprobación. No puede, sin embargo, provocar ningún resentimiento con el que pudiera estar de acuerdo la humanidad". Quien careciera de benevolencia podría ser objeto de odio, no de resentimiento. Cfr. TMS II.ii.1.

[7] Cfr. el tratamiento de la simpatía en el primer capítulo.

[8] LRBL ii.3.

[9] TMS II.ii.1. Otros pasajes relevantes son: "la justicia no se funda en su utilidad, sino en el aborrecimiento de la injusticia" (Ibid. II, ii. 3. 9) y "el resentimiento parece habérsenos sido concedido por la naturaleza para la defensa, y sólo para ella: constituye la salvaguarda de la justicia y la seguridad de la inocencia. Nos lleva a rechazar la ofensa que se nos ha intentado hacer y a responder a la que se nos ha hecho" (Ibid. II.ii.i.4).

[10] Cfr. Id. II.ii.1.

[11] Id. VI.vi.10-1.

[12] Para el propósito de este estudio no interesa profundizar en esta rama de la jurisprudencia. Se puede encontrar una buena exposición, en el capítulo quinto de A Science of a Legislator.

[13] En el libro XVIII de El espíritu de las leyes, Montesquieu analiza la relación existente entre los cambios del modo de subsistencia y los del cuerpo juridico.

[14] LJ(A) i.35.

[15] Los lugares a consultar para este tema son, en las Lectures on Jurisprudence: LJ(A) i.28-35, i.63-67 y ii.97-9. En LJ(B) iv.4-56 y 149-50. En la Wealth of Nations: V.i.a-b.

[16] La obra más completa sobre el desarrollo histórico de esta teoría es R. L. Meek, Social Science and the Ignoble Savage, Cambridge: Cambridge University Press, 1976.

[17] Cfr. LJ(A) i.28. Un antecedente claro de Smith en esta teoría de los cuatro estadios es Lord Kames, quien sostuvo, contra Stair y sus antecesores, incluido Montes­quieu, que el derecho debía acercarse más al paradigma de ciencia ra­cional, y que eso sólo sería posible si "la ley se traza histórica­mente desde sus rudimentos, entre los salvajes, pasando por sus suce­sivos cambios, hasta llegar a su más alto perfeccio­namiento, en la sociedad civilizada" (Historical Law Tracts, v), por lo que constituye el antecedente más claro de la doctrina de Smith al respecto. Lord Kames llega a afirmar que "la caza y la pesca fueron las primeras ocupaciones del hombre, por lo que a la subsistencia se refiere. A esto siguió la época de los pastores; y el siguiente estadio fue la agricultura. Estos cambios progresivos, en el orden que mencionamos ahora, pueden ser descubiertos en todas las naciones, siempre y cuando tengamos algún resto de su historia original (...). Pero el verdadero espíritu de la sociedad, que consiste en el beneficio mutuo y en hacer la labor de cada uno de los individuos provechosa a otros, así como a uno mismo, no fue conocido hasta que se inventó la agricultura" (Historical Law Tracts, Edimburgo: 1758). La centralidad de este estadio proviene también de ser el único que requiere gobierno (Ibid., pp. 77-8). "La invención de la agricultura le produjo al industrioso una superfluidad, con la que pudo comprar productos extranjeros". A través de esto emerge el estado comercial (Cfr. Ibid. pp. 92 ss.). Sobre el tema puede verse el artículo de Peter Stein, "Legal Thought in Eighteenth-century Scotland", en Juridical Review (N. S.) 2 (1957), pp. 1-20.

[18] Tanto en LJ(A) como en LJ(B) hay un lugar en que se introduce la teoría con el toque dramático de la situación de unas personas que se ven privadas de la sociedad al asentarse en una isla desierta, ya voluntariamente ya al naufragar su barco. Resulta interesante notar la similitud con la figura de Robinson, cuyo autor, Defoe, contemporáneo de Smith, abogó en el parlamento por el "Court Party", en favor del comercio y medidas económicas liberales. Cfr. LJ(A) i.28-35 y LJ(B) 149-50.

[19] LJ(A) iv.4.

[20] LJ(A) iv.4-7 y LJ(B) 19, 22.

[21] WN V.1.a.3.

[22] Cfr. el primer capítulo de su libro Politics, Language and Time. Essays on Political Thought and History, Londres: Methuen & Co., 1972.

[23] Stolnitz señaló ya hace años el carácter típicamente moderno de la actitud estética. Cfr. Stolnitz, J., "On the origins of Aesthetic disinterestedness" en Journal of Aesthetics and Art Criticism 20 (1961-2), pp. 131-42. Véase también J. V. Arregui y P. Arnau, "Shaftesbury: Father or critic of modern aesthetics", en The British Journal of Aesthetics 34 (1994), pp. 350-62.

[24] Por otra parte, puede establecerse una distinción entre el modo en que Smith y los griegos conciben el tiempo: para los segundos, este era, por así decir, el vehículo de la fortuna, si se entiende con esto que las estrategias políticas estaban pensadas para evitar la disgregación del hombre en fines particulares dispersos en el espacio o en el tiempo. La virtud aparece como el concepto fundamental, puesto que constituye la integración intensiva en el presente de lo recogido durante el tiempo, cuyo discurrir trae entropía. Este griego ignorar la historia tiene un ejemplo patente en el empecinamiento aristotélico en no reconocer las gestas de Alejandro como un curso aceptable de la historia.

En el caso de Smith, el tiempo corre, en términos generales, en su favor, pues el proceso de incremento de división del trabajo tiene lugar, por definición, sobre el eje temporal. En este sentido, Smith parece estar muy cerca de Dilthey, quien caracterizaba el proceso de modernización como un desgajamiento progresivo de esferas distintas de actividad humana: mientras que, en sociedades primitivas, muchos hechos culturales eran "hechos sociales totales", en palabras de Marcel Mauss, las sociedades más modernas se caracterizan por la posibilidad de la ocurrencia de hechos económicos, jurídicos, estéticos... "puros": una acción es susceptible de ser descrita acudiendo meramente a los criterios y recursos de un área específica, sin relación al resto de ámbitos vitales humanos. Por esta razón, la existencia humana afronta un conjunto mucho más amplio de vías de acción y, por tanto, de fines distintos, en ocasiones de conciliación difícil o imposible, pero, en todo caso, no pacífica. Adam Smith vive un fragmento de la historia en el que esta se acelera rápidamente, y el modo en que intenta dar cuenta de este fenómeno es apelando a la división del trabajo, determinante, en buena medida, de la constitución de la sociedad. Por eso cabe afirmar, como hace Pocock en su Virtue, Commerce and History, que la concepción jurisprudencialista de la propiedad, en la que debe contarse a Smith, dota al hombre de una historia, mientras que la republicana constituye un medio para protestar contra ella.

[25]WN V.i.a-b y LJ(B) iv.4-56.

[26] Cfr. Met. I.

[27] WN V.i.a.8-9, 11.

[28] Léase: "Hubo de dividirse el trabajo...".

[29] Cfr. LJ(A) V.110 y LJ(B) 92.

[30] Para Smith, por tanto, la libertad política y la libertad individual no se implican, algo, no hace falta decirlo, completamente antirrepublicano. Sobre esto se hablará en el próximo capítulo.

[31] Cfr. WN I.i.f.44.

[32] Id. III.ii.1.

[33] Ibid.

[34] Id. III.iii.8.

[35] Cfr. WN III.iii.14.

[36] Id. III.iii.4. Cfr. LJ(A) iv.142-6 y LJ(B) 57.

[37] Id III.ii.14.

[38] Op. cit., p. 185.

[39] Cfr. Id. pp. 185-6.

[40] La obra más clásica de historia de la infancia es la de P. Ariés, El niño y la vida familiar en el antiguo régimen, Madrid: Taurus, 1987, donde mantiene el autor que la diferencia fundamental entre la familia moderna y la medieval estriba en que la primera tiende progresivamente a centrarse en los hijos.

[41] Esto suponiendo, por el momento, que el término "determinista" tenga un significado claro, ya que la mayoría de veces se apela a él como contrario a los autores que emplean nociones como "libertad", "multiplicidad de cursos posibles", etc. Por el momento, baste con las asociaciones imaginativas que suscita "determinismo", sin calificarlo con "estricto", "vago", o cualesquiera adjetivos que se hayan empleado junto a él.

[42] La bibliografía a favor y en contra del tratamiento humeano o hempeliano de la causalidad es inmensa. Un breve y excelente tratamiento del carácter real de las disposiciones y tendencias puede encontrarse en G. E. M. Anscombe y P. Geach, Three Philosophers, Oxford: Blackwell 1963, pp. 101-4.

[43] La relación de determinación que Harris establece entre factores tecnoeconómicos y religiosos es, por consiguiente, vacía. No basta con mostrar que el tabú de la vaca, por ejemplo, tiene, frente a lo que podría mostrar un análisis superficial, una incidencia económica positiva, y que un contenido religioso se justifica por su valor adaptativo. Lo que habría que demostrar es que la variación en los factores económicos determina la variación en los religiosos. El tratamiento que Harris hace de la religión siguiendo el principio del determinismo tecnoeconómico y tecnoecológico puede verse Antropología cultural, Madrid: Alianza, 1990, pp. 409-70 y Vacas, cerdos, guerras y brujas, Madrid: Alianza, 1989. Una exposición detenida de su planteamiento metodológico en abierta discusión con otras perspectivas puede encontrarse en El materialismo cultural, Madrid: Alianza, 1982. Como en otros muchos aspectos, el tratamiento de Geertz de la religión resulta un buen contrapunto a las tesis de Harris.

[44] Id., p. 3

[45] Introducción a las Lectures on Jurisprudence, p. 33.

[46] LRBL ii.115. El argumento que aduce Smith para apoyar esta tesis es el mismo que Aristóteles había propuesto: cuandoquiera que los habitantes de una ciudad son ricos y opulentos, cuando disfrutan de lo necesario y conveniente con desahogo y seguridad, entonces se cultivarán las artes y el refinamiento de los modos sociales no podrá por menos que aparecer. "Y es que en tales estados debe suceder necesariamente que haya algunos que no estén obligados a trabajar para subsistir, sino que se dedican a emplearse en lo que más se ajusta a su gusto, y buscan el placer en todas sus formas" (Ibid.).

[47] Op. cit., p. 188.

[48] Se trata de escoger un momento sustancial, elevarlo e iluminarlo, de forma que alcance inteligibilidad y credibilidad. Estos son términos parecidos a los que Joseph Conrad utiliza para caracterizar la literatura. No hace falta resaltar la actualidad de este planteamiento para los estudiosos de antropología sociocultural que buscan dilucidar hasta qué punto su disciplina es narración. Para un examen de la filosofía de Smith según la teoría de la novela de Bakhtin, véase el libro de Brown, Adam Smith's Discourse. Canonicity, commerce and conscience, Londres: Routledge, 1994.

[49] Cfr. Harris, M., El desarrollo de la teoría antropológica, pp. 17-8. Una exposición mucho más equilibradas en este punto pueden encontrarse en el trabajo ya citado de I. Berlin.

[50] Este planteamiento resulta enormemente sugerente, pues al menos es lo que parece suceder con la filosofía: la kantiana, por ejemplo, puede considerarse como una reflexión sobre las anteriores a ella, en la medida en que sus antecesores investigaron, entre otras cosas, el conocimiento y acción humanos, y Kant busca sus condiciones de posibilidad. El proseguimiento de una tradición cultural es también una reflexión sobre el fundamento de lo que hasta entonces se tenía como cierto. Esta idea es de Fernando Inciarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario