jueves, 1 de julio de 2010

SOCIOECONOMÍA

José Pérez Adán, Trotta, Madrid 1997, 121 págs.

Primer libro en habla castellana de lo que es ya de hecho una nueva disciplina en América, la socioeconomía. Prologado por su fundador, Amitai Etzioni, el librito posee el mérito de introducir de manera sucinta no sólo lo que tendrá un espacio en la academia como área curricular, sino también una nueva política-economía que se ve a sí misma como alternativa entre el neoliberalismo y el socialismo intervencionista. La socioecomía como materia teórica viene a llamar la atención sobre las limitaciones de la metodología neoclásica que actualmente impera en los ámbitos universitarios. Al homo economicus, abstracto y atomatizado que utiliza la economía, hay que enfrentar el homo sociologicus. Son muchas las reducciones empobrecedoras que hay que transformar. La motivación humana no puede igualarse al resumen de las preferencias egoístas e interesadas; existen también las decisiones colectivas y no-lucrativas. Junto a la razón calculadora hay que integrar la imaginación y la afectividad prudencial; junto al afán de dominio, la coexistencia y la cooperación; junto al beneficio maximalista, la solidaridad. Se trata de un cambio de paradigma de la racionalidad económica que quiere hacer más justicia a la realidad. La libertad del individuo económico es una abstracción cuyas consecuencias lógicas (en la dirección política) son el desmembramiento de la sociedad, el crecimiento de la desigualdad (la acumulación de poder) y la explotación de la naturaleza. La socioeconomía como nueva sensibilidad se apunta a todas las protestas post-capitalistas: el ecologismo, el globalismo, el feminismo, el anti-estatalismo entran por la puerta grande y tienen su lugar como denuncias disfuncionales producidas por la homogeneización de los valores economicistas.

El núcleo central de la socioeconomía lo posee el trabajo como valor intrínseco en sí mismo. Adán hace un recorrido sobre el concepto de trabajo desde los albores de nuestra civilización con una brevedad tan arriesgada que puede pecar de ingenua. No se atiende a la revolución ilustrada que hizo del mundo medieval y renacentista la gran sociedad del comercio, de las profesiones y el funcionariado (ni se menciona las órdenes mendicantes como el gran precedente de la profesionalización). El humanismo comercial y la ilustración hizo posible una "excelencia para todos" gracias a la transacción del trabajo por dinero. Pero esta revolución no es vista con buenos ojos por la socioeconomía. Para ella es urgente un cambio de paradigma con respecto a la valoración del trabajo en la actualidad: no es justo que se considere "trabajo" exclusivamente a la actividad remunerada. Hay trabajos que sin ser pagados (labores de casa, acciones sociales...) son igualmente dignos. Adán cree que el no estar remunerados es una de las causas de la discriminación de la mujer o de que en la sociedad capitalista exista una crisis de valores crónica. Pero creer que las acciones que están fuera del mercado deban ser remuneradas es pretender que entren en el intercambio monetario. El borrador de las líneas generales de la socioeconomía, tal como es propuesto aquí, simplifica los grandes problemas de la actualidad política económica a fuerza de denunciar una ciencia reduccionista y su aplicación en la planificación política: las leyes que describe la economía parecen favorecer a los más ricos y, por otro lado, la ayuda social a los más pobres conviene en ser, en el fondo, un intervencionismo estéril. Otro ejemplo: se aboga por la identidad planetaria -el globalismo- como parte de la cultura del futuro. Pero se hace sin reconocer que tal identidad fue creada por el liberalismo (sin intercambio libre no hay posibilidad de crecimiento económico). Uno más: se apuesta por una corporativización de la sociedad frente a la actual relación abstracta entre individuo y estado, pero se deja de lado, como si se desconociera, el verdadero problema de la actualidad: la identidad de las minorías frente a un estado mayoritario, el estado multinacional y el estado multiétnico. Lo curioso es que estos problemas sí son tratados por las teorías liberales (Kymlicka), pero no desde luego por el liberalismo del que se habla en el libro (malvado y catastrófico).

Adán enfatiza en muchas ocasiones que el cambio de paradigma economicista por el socioecómico es una cuestión de estilos de vida. La idea no es reformar el sistema de producción y consumo sino transformar las mentalidades. Y en verdad hay que decir a su favor que esta introducción poco tiene de economía (se duda en repetidas ocasiones de la autonomía de estas ciencias). La socioeconomía, tal como se presenta aquí, es una propuesta moral: a ella no le interesa la eficiencia económica sino la finalidad de las actividades, no le interesan los índices del paro sino la marginación de los sin-trabajo, no el producto interior bruto sino la riqueza cultural de una nación. Reprocharle a la economía neoclásica -ante la que la socioeconomía hace frente- el saberse a sí misma una ciencia de leyes que sólo atiende a los hechos económicos no parece muy afortunado. Que ver las cosas bajo el filtro del beneficio tenga repercusiones en la vida práctica o en las políticas económicas es otra cosa distinta. Lo que se le pide a una ciencia es que sea capaz de anticiparse a la realidad con descripciones comprensibles para todos, no que nos salve de nuestra insensibilidad. Si se trata de un cambio del paradigma científico es preciso discutir en términos científicos.

Existe una confusión de fondo que la socioeconomía, si quiere convertirse en ciencia social, debe aclarar: que el mundo no funcione no es sinónimo a que la ciencia económica tenga desenfocado su punto de mira. Si ese fuera el caso parece sospechoso que una propuesta moral niegue la autonomía de unas ciencias. La ética es la ciencia que se ocupa de los casos imposibles, de los problemas que la inteligencia creó y no ha podido solucionar (Marina). En este sentido es legítimo decir que el problema de fondo es que las cosas se hacen mal, o que no todos hacemos lo que debemos. Pero esa legitimidad no autoriza a tomar los problemas de una ciencia como problemas éticos para negar su derecho a solucionarlos, y es metodológicamente confuso dotar a esas propuestas éticas de un aire científico del que en realidad se carece. Adán repite que la socioeconomía no ha hecho más que empezar, que "el trabajo está todavía por hacer". Hay peligros patentes de que ese trabajo se convierta en un discurso del deber ser. Aristóteles vio también este peligro en el pesimismo de Platón con respecto al mundo que tenía delante. Por eso no se cansó de decir que las ciencias tratan de los hechos y las opiniones, que debe describir este mundo para clarificarlo, no desviar nuestra mirada hacia la perfección normativa de un mundo que nadie ha visto.

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