lunes, 12 de julio de 2010

Los modales de la pasión: Adam Smith y la sociedad comercial III, 2

II. Las Leyes Sincrónicas de la Sociedad

1. La paradoja de la sociedad comercial

"Seguramente no puede considerarse feliz y floreciente a ninguna sociedad cuya inmensa mayoría de miembros es pobre y miserable (...). En efecto, comparada con el lujo más extravagante de los grandes, la morada [del trabajador] debe parecer, sin duda, extremadamente simple y llana; y, sin embargo, pueda quizás ser verdad que la morada de un príncipe europeo no excede tanto la de un campesino laborioso y frugal, como la morada de este último excede la de muchos reyes africanos, amos absolutos de las vidas y libertades de diez mil salvajes desnudos"[1]. Este párrafo del inicio de la Riqueza de las Naciones plasma una preocupación expresada en términos económicos pero de índole ética: la realización humana, pues eso significa "felicidad", no es posible sin unas condiciones materiales mínimas, si la mala suerte resulta excesiva. Esta afirmación es solidaria con la idea clásica precristiana de que sólo puede alcanzar la excelencia el hombre libre, y ser libre significa tener a disposición las manos y la voz, mediante las cuales el hombre realiza las actividades específicamente humanas y, por tanto, camina hacia sí mismo. En este sentido, la mala fortuna puede interpretarse como una traba lacerante a la actividad práctica. Smith comparte ese presupuesto: la mala fortuna, en forma de miseria económica, es un obstáculo para la felicidad, pues, aparte de llevar consigo penas físicas, priva del ocio necesario para dedicarse a las actividades por las que el hombre se cultiva.

Ahora bien, respecto a otras configuraciones sociales más retrasadas, parece que en la sociedad comercial hay un coeficiente de reducción de la influencia del azar, de tal forma que la rueda de la Fortuna encuentra diques a su paso: a pesar de una mayor desigualdad en la distribución de la riqueza, la sociedad dedicada a la producción y al comercio semeja satisfacer más generosamente las necesidades de las clases inferiores. Lo paradójico es que, en las sociedades civilizadas, aunque las desigualdades sean inusitadamente marcadas y los empleados en labores productivas estén manteniendo a los dedicados a las no productivas[2], se brinda a los pobres la satisfacción de sus necesidades, algo que está fuera del alcance de las sociedades primitivas. ¿A qué se debe que las sociedades en que la desigualdad resulta más hiriente resuelvan mejor las necesidades de todos? Según Smith, a la conjunción de la división del trabajo y la autorregulación del sistema de mercado: el excedente de producción debido a la división del trabajo permite que algunos se dediquen a tareas no productivas, y la libertad de comercio posibilita el flujo de las mercancías, como por ósmosis, hacia donde realmente se necesitan, al paso marcado por la demanda, de forma que el precio siempre refleja las necesidades de los compradores y resulta, por tanto, el natural, aquel hacia el que "están gravitando continuamente todos los bienes del mercado [libre]"[3]. Satisfechas estas condiciones, la distribución de la riqueza será justa.

En el artículo introductorio a Wealth and Virtue[4], Istvan Hont y Michael Ignatieff mantienen que el núcleo de La Riqueza de las Naciones es la justicia y que la obra está encaminada a demostrar que su teoría económica era capaz de reconciliar la desigualdad de la propiedad con la satisfacción de las necesidades de los más indigentes, extremos que enmarcaban un debate de larga tradición llegado a Smith a través de Grocio, Pufendorf y Locke: ¿cuándo es lícito quebrantar el derecho a la propiedad, de modo que los necesitados puedan apropiarse de lo que les es necesario para la subsistencia?

Este modo de comprender el planteamiento de la obra de Smith parece fundamentalmente correcto —y evidente, con sólo leer la primera página de La Riqueza de las Naciones—, pero todavía puede ampliarse al advertir que, en opinión de Smith, la justicia es el pilar mismo sobre el que se asienta la sociedad[5]: mientras que la beneficencia permite suavizar el movimiento de la gran máquina social, la justicia es la condición necesaria para que el tejido intersubjetivo no se deshilache. La primera virtud sólo admite recomendación; la segunda debe exigirse.

Desde este punto de vista, la relevancia que cobra la "paradoja de la sociedad comercial" antes formulada es difícil de exagerar, puesto que Smith pretende privar de sentido a un debate hasta entonces formulado en el terreno propio del derecho natural haciendo ver que el problema ha de resolverse en términos ajenos a la jurisprudencia, que aluden a una realidad con legalidad intrínseca, la economía, lo que supone la carta de ciudadanía para tal ciencia. Pero, al mismo tiempo, su interés no radica en los análisis económicos, sino en la resolución satisfactoria del problema moral de la desigualdad injusta de propiedad. La preocupación de Smith es, por tanto, ajustada a un profesor de moral. Su propuesta es el objeto de estudio del siguiente epígrafe.

2. División del trabajo y precio natural[6]

a) La división del trabajo

Contrariamente a lo que habían supuesto los fisiócratas, Smith opina que la riqueza de una nación no se mide con la tierra, sino con el trabajo: "el trabajo anual de una nación es el fondo que, como origen, la provee de todos los bienes necesarios y convenientes que consume en ese tiempo, y que consisten siempre en el producto inmediato de ese trabajo o en lo que se compra con él a otras naciones"[7]. En conformidad con esto, la ratio entre trabajo y población será el indicador de riqueza.

A su vez, el trabajo, relieve fundamental de la economía, se mide por dos factores ajenos a las condiciones climatológicas o geográficas[8]: la habilidad, destreza y juicio con el que se aplica generalmente el trabajo; y la proporción entre el número de los que están empleados en el trabajo útil, productivo, y los que se dedican a otras tareas[9]. Y, continúa Smith, el más importante de estos dos es el segundo, como se colige con facilidad de la comparación de las naciones de cazadores con la comercial: a pesar de que pueden subsistir, los cazadores sufren los tormentos de tener que dejar morir a niños o ancianos, o incluso de disponer de sus vidas por pura necesidad, pues tal es su pobreza. En la sociedad comercial, por el contrario, la producción es tan alta que aun los trabajadores más humildes pueden llevar una existencia digna. Por otra parte, la división del trabajo, además de ser más relevante que la proporción entre trabajo productivo e improductivo, es su condición de posibilidad por dos razones: la primera, trivial, es que distintas personas no pueden dedicarse a distintas ocupaciones si no hay una división de las tareas; la segunda, más técnica, es que la contratación de trabajo productivo depende de la acumulación de capital ["stock"] que se emplea en ponerlos a trabajar, y que esa acumulación suficiente de riqueza sólo puede venir del sobrante producido por la división del trabajo: "cuando el capital que posee un hombre sólo alcanza para mantenerle durante unos pocos días o semanas, rara vez piensa sacarle renta. Lo consume tan precavidamente como le es posible e intenta conseguir con su trabajo algo que pueda ocupar su puesto antes de que se le agote"[10].

El gran incremento proveniente de la división del trabajo, central a la teoría de Smith[11], por tanto, resulta de tres factores[12]: el incremento de destreza de cada trabajador, ganado al especializarse en una tarea; el ahorro de tiempo que, por lo común, se pierde al pasar de una actividad a otra; y, en último lugar, de la invención de un gran número de máquinas que facilitan y acortan la labor, y permiten a un hombre producir el trabajo de muchos. Mientras que las dos primeras razones aportan poco sobre el sentido común más llano, la tercera es digna de consideración, sobre todo teniendo en cuenta que Smith añade que la invención de esas máquinas, alivios de la fatiga, parece haberse debido originariamente a la división del trabajo. La explicación de que el descubrimiento de la maquinaria se deba a la división del trabajo reside en que resulta mucho más probable descubrir métodos más directos y sencillos de alcanzar un objeto cuando toda la atención está dirigida hacia él que cuando se encuentra dispersa en muchos. Y a consecuencia de la división de las tareas, toda la atención de un hombre queda centrada naturalmente en un objeto determinado. Así, resulta fácil pensar que alguno de aquellos que están empleados en una rama particular del trabajo descubra métodos más directos y sencillos de desempeñar su labor. Smith vuelve a dar una explicación psicológica de un fenómeno cultural: la fijación del ingenio en una parcela suscita una fecundidad inventiva que impulsa la producción de manera vertiginosa. Debe contarse también con que la progresión en el campo de la técnica no es llanamente aritmética, sino que los inventos de ahora pasan a posibilitar los del futuro. Así, la máquina de vapor y el tren. De todas formas, en esta parte del capítulo es oportuno desarrollar el tema de la división del trabajo sólo en cuanto que potencia el crecimiento económico; más adelante, convendrá examinar su relevancia para el desarrollo cultural en su totalidad. En este punto, el paso siguiente es el planteamiento del precio natural como el otro concepto que Smith considera mo­tor del desarrollo comercial indefinido.

b) El precio natural

En cada sociedad o barrio existe una ratio promedio ordinaria de salarios y beneficios para cada empleo y para cada capital. Lo mismo sucede con las rentas de las tierras de una comunidad determinada. Esas rationes vigentes en un momento y lugar determinados, reguladas naturalmente por distintas circunstancias[13], son el rasero por el que se mide el precio natural: este no es más que el que se ajusta a lo que "es suficiente para pagar la renta de la tierra, los salarios de trabajo y los beneficios del capital empleados en ganarlo, prepararlo e introducirlo en mercado, según las rationes naturales"[14]. Ese producto se vende, consiguientemente, por lo que vale, por lo que realmente le cuesta a la persona que lo introduce en el mercado, incluida la ratio natural de ganancia vigente en su comunidad. Esta es la causa de que el precio natural sea el mínimo por el que un comerciante esté dispuesto a vender su producto durante un tiempo prolongado: de mantener uno menor, se arruinaría. El precio de mercado, sin embargo, es aquel al que realmente se vende un producto, y se regula en función de la proporción entre la oferta de venta y la demanda de compra. Este precio no tiene por qué coincidir con el natural.

Ahora bien, "la cantidad de cada producto introducido en el mercado se ajusta naturalmente a la demanda efectiva. Es del interés de todos aquellos que emplean su tierra, trabajo o capital, al introducir los bienes en el mercado, que la cantidad nunca exceda la demanda efectiva; y es del interés de todos los demás que aquella no se quede nunca corta respecto de esa demanda"[15]: si lo ofrecido excede la demanda efectiva, real, alguno de los componentes de su precio deberá ser pagado por debajo de su ratio natural. Si es la renta, el interés de los propietarios hará inmediatamente que retiren una parte de su tierra; y si se trata de salarios o beneficios, el interés de los trabajadores, en un caso, y el de los patronos, en el otro, hará que retiren una parte de su trabajo o capital del empleo. En un breve intervalo, la cantidad introducida en el mercado no será más que la suficiente para la demanda efectiva. Todas las diferentes partes de su precio se incrementarán hasta su ratio natural, y el precio total, hasta el natural.

Si la cantidad de producto es inferior a la demanda, algunos de los componentes de su precio subirán sobre el precio natural. Si es la renta, el interés de todos los propietarios les hará preparar más tierras para la producción de ese bien; si se trata de salarios o beneficios, el interés de todos los trabajadores y tratantes les hará emplear más trabajo y capital para prepararlo e introducirlo en el mercado. La cantidad entonces producida se ajustará a la demanda efectiva, y todos los componentes del precio bajarán hasta su ratio natural, y el precio total, hasta el precio natural.

De este modo, aunque "distintos accidentes pueden, a veces, mantenerlos [a los bienes] suspendidos muy por encima, y otras forzarlos a menguar, aun por debajo de él [precio natural]", con todo, los mecanismos operantes en una sociedad libre hacen que, cualesquiera sean los obstáculos que impidan a los precios de mercado "establecerse alrededor de este centro de reposo e inercia [continuance], siempre están tendiendo hacia él"[16]: del mismo modo que fuerzas naturales opuestas se contrapesan, los intereses de los distintos actores, supuesta su libertad, acaban por alcanzar un sistema de equilibrio. Estos mecanismos que concurren en el marco del juego entre la oferta y la demanda, son los que influyen en la producción de cualquier mercancía: todos los recursos productivos —tierra, trabajo y dinero— se emplean en las áreas donde más se necesitan. El símil físico es meridianamente claro: la teoría económica de Smith se puede comparar a la de los vasos comunicantes en dos respectos: en la medida que, en primer lugar, los bienes circulan hacia los lugares de presión más baja, es decir, donde hay menor cantidad, de modo que los compradores siempre están surtidos. Y no hay movimiento final, puesto que la economía es solidaria con el devenir de la sociedad, pero sí puede garantizarse que la regulación del mercado es la mejor posible. Y, en segundo lugar, la doctrina de Smith se parece también a la teoría mecánica de los vasos comunicantes en que el espacio económico, al igual que el físico, debe ser homogéneo, con el fin de que el fluido circule sin trabas. El correlato de la homogeneidad es la libertad de los actores: "libertad" significa aquí que nadie debe estar en una posición de fuerza con respecto a otro, pues eso impide la gravitación libre de los precios. Por eso son peligrosos los monopolios, ya que pueden constituirse en puntos de resistencia al retener parte de las mercancías demandadas en un momento determinado con el fin de venderlas a un precio mayor[17].

Cuando la división del trabajo progresa sin impedimentos y no existen restricciones en los precios, se puede decir que la opulencia progresa "naturalmente". Y aquí "naturalmente" significa "según medida humana": del mismo modo que, en la naturaleza de las cosas, la subsistencia es previa a las comodidades y lujos, la actividad que procura la primera debe ser necesariamente anterior a aquella que sirve a lo segundo. Por tanto, el cultivo y mejora del campo, escribe Smith, "que nos procura la subsistencia, debe necesariamente ser previo al crecimiento del pueblo, que únicamente nos provee de los medios para las comodidades y el lujo. Sólo el excedente del producto del campo, o lo que queda por encima del mantenimiento de sus cultivadores, constituye la subsistencia de la ciudad que, consecuentemente, sólo puede crecer con arreglo al excedente del producto del campo"[18]. En efecto, este orden de cosas es promovido en todos los lugares por las tendencias naturales del hombre, de manera que, salvado de las influencias distorsionantes de instituciones artificiosas, hace que las ciudades no crezcan más allá de lo que les permite el aumento del excedente agrícola. Y no sólo por la prioridad lógica de la subsistencia sobre el lujo, sino también porque, a igualdad de posibles beneficios, la mayor parte de los hombres elegirán invertir en la mejora de la tierra a hacerlo en manufacturas, pues de aquel modo se tiene mejor dominio so­bre lo propio, y el capital está sujeto a menos fluctuaciones.

Este orden natural ha sido invertido en muchos aspectos en todos los estados de Europa[19], donde el comercio introdujo mejoras en la agricultura y los productos delicados provinieron de partes distantes, en lugar de pueblos vecinos; es decir, donde el co­mercio fue causa de las mejoras de la agricultura, y no su consecuencia. Por eso el progreso de Europa es mucho más incierto y vacilante que el de Norteamérica, donde la riqueza está muy distribuida y sólidamente asentada en las posesiones inmuebles[20].

El desarrollo que, partiendo de los excedentes del producto agrícola, hace crecer las manufacturas y el comercio exterior, puede llamarse, por tanto, "natural" en cuanto que es ejercicio directo de tendencias inscritas en la naturaleza humana y en la cósmica. Y, en principio, este sistema económico es susceptible de crecimiento ininterrumpido: al aumentar la producción, gracias a la división del trabajo y a la libertad de mercado, se acumula riqueza, que permite una ulterior división del trabajo, etc.[21]. Cabe enlazar aquí con la tesis del comienzo, ampliándola y llevándola un poco más lejos: lo que Smith está intentando hacer ver es que, en el sistema económico que propone, libre, natural y justo, como ya se ha considerado, se convierten entre sí como los trascendentales, y que este orden de cosas permite superar la contradicción entre derecho de propiedad y necesidades de los pobres[22], garantizando la estabilidad del sistema social, "the most darling care of the divine Wisdom".

Esta tesis puede mostrarse, en atención a los dos principios fundamentales de ese sistema, de la siguiente forma: en primer lugar, respecto al precio natural, cuyo establecimiento tiene como condición la libertad de mercado, "natural" significa "justo", como puede verse en el siguiente texto, que, curiosamente, no suele recibir la atención que merece: "si, por ejemplo, en una nación de cazadores, cuesta el doble matar un castor que un ciervo, aquel se intercambiará naturalmente por el precio de dos ciervos"[23] (las cursivas no están en el original). Aquí "naturalmente" debe leerse como "justamente".

Para la división del trabajo, en segundo lugar, "natural" equivale a "libre", no constreñido, pues es un proceso que, contra lo que pudiera parecer, no proviene de la sabiduría humana, que prevería e intentaría alcanzar la opulencia por su medio, sino de "cierta inclinación en la naturaleza humana, que no tiene a la vista tal utilidad: la propensión a trocar, mercar e intercambiar una cosa por otra"[24]: supuesta la ausencia de constricciones, la división del trabajo, fuente de abundancia, es, pues, ineludible y, lo que es más, la abundancia de recursos que genera fundamenta la posibilidad misma de un mercado libre y, por tanto, del establecimiento del precio natural.

El ajuste entre libre, natural y justo, también por lo que respecta a la economía en su totalidad, está trazado con tiralíneas y, en último término, se resuelve en la conjunción del mecanismo psicológico que lleva al intercambio y al trueque, puesto en el hombre por la sabiduría y benevolencia divinas[25].

Con todo, el retrato de la sociedad justa no está completo sin la inclusión de la doctrina sobre el carácter absoluto del derecho a la propiedad, que, protegiendo el deseo de mejorar la propia condición, fundamenta, aunque no internamente, la libertad de mercado. Por una parte se mantiene que el carácter absoluto del derecho de propiedad protege el mecanismo psicológico que lleva a los hombres a mejorar su situación porque, como parece claro, su anulación equivaldría a cancelar el significado de "propio". Por otra, se defiende también que tal carácter absoluto opera como fundamento externo, y no interno, porque el derecho de propiedad no es un elemento económico que entre en el juego de producción y distribución de bienes, lo que, a su vez, implica tanto que Smith reconoce una legalidad propia de los hechos económicos, una identidad que permite diferenciarlos de los jurídicos, artísticos, etc, como que, correlativamente, no disuelve el derecho en economía.

3. Derecho de propiedad y necesidades de los pobres

Que, en opinión de Smith, el derecho a la propiedad es absoluto y necesario para la marcha "natural" de la economía puede verse en lo que ya se ha recogido en nota a pie de página a propósito del debate sobre el precio de los cereales: unos, como Galiani y Steuart, consideraban que el gobierno debería actuar para evitar las hambrunas; otros, por el contrario, defendían que no debería imponerse ningún precio artificial, pues el mercado se regula solo. Smith engrosaba, evidentemente, las filas de los segundos y mantenía que, salvo en caso de extrema necesidad, no podía transgredirse el derecho de propiedad privada. Esa es la razón de que considerase que las leyes propuestas por sus contemporáneos, según las cuales los propietarios debían vender preferentemente en los mercados locales, eran abusivas y representaban un allanamiento de los derechos de propiedad de los productores[26].

El carácter absoluto del derecho de propiedad sería la precondición necesaria para ampliar los estrechos límites de la escasez de la naturaleza, ya que es la garantía de seguir deseando mejorar la propia condición: tras hablar de las leyes y aranceles relativos a la importación y exportación de bienes, Smith añade que "la mejora y prosperidad de Gran Bretaña, tan a menudo adscritas a tales leyes, podrían explicarse con toda facilidad en virtud de otras causas. La seguridad que las leyes de Gran Bretaña dan a todo hombre de que podrá gozar de los frutos de su trabajo es suficiente para hacer que un país florezca, no obstante esas u otras veinte regulaciones absurdas sobre el comercio (...). El esfuerzo natural de todo hombre por mejorar su condición al poder operar con libertad y seguridad es un principio tan poderoso que, por sí solo y sin asistencia alguna, es capaz no sólo de llevar la sociedad a la riqueza y prosperidad, sino de remontar un centenar de obstrucciones impertinentes con los que la necedad de las leyes humanas obligan su operar"[27]. El derecho de propiedad, por tanto, no debe ser matizado[28].

La interpretación smithiana del carácter absoluto de la propiedad, al enfrentarse a la tradición medieval, permite vislumbrar el alcance de los cambios ocurridos en la historia de las ideas o, incluso, en lo en lo que con toda justicia cabe llamar "historia de las mentalidades"[29]. Para Tomás de Aquino, por citar la posición a la que explícita o implícitamente se dirigen el resto de polemistas, Dios otorgó los bienes del mundo a todos los hombres sin distinción, pero la propiedad privada es el mejor modo de repartir y de organizar el uso de los bienes por parte de todos y contribuye a la mejor gestión de los recursos, en la medida en que cada persona se ocupa más diligentemente de lo que es de su exclusiva competencia. Así, en terminología escolástica habitual, el derecho de todos los hombres a todos los bienes es un derecho natural primario, mientras que el derecho a la propiedad privada es también natural, pero secundario y justificado precisamente por el primero[30]. Se entiende así bien que se haya llegado a hablar de la hipoteca social que pesa sobre la propiedad privada, pues en un pensamiento como el de Tomás de Aquino esta se funda en su función so­cial, y no queda meramente limitada por esta: no es que el derecho exclusivo a un bien tenga como límite el derecho de todos a todos los bienes, sino que la propiedad privada resulta ser habitualmente el mejor modo de gestionar el derecho de todos a todos los bienes. En caso de necesidad, la propiedad puede y debe ser quebrantada. Es, pues, claro que la distribución entre los pobres en caso de necesidad constituye una regla ética que debe ser observada, no una excepción, por ser de justicia distributiva, mientras que la propiedad privada es de derecho natural, no en el sentido de algo mandado por la naturaleza, sino en el de algo solamente per­mitido[31].

En Smith, por el contrario, la distribución entre los pobres resulta ser una excepción, planteamiento que toma de Grocio, a través de Carmichael y Hutcheson, y que Pufendorf, tras Grocio, había refinado: ayudar al hambriento puede ser requerido a partir de una especie de obligación imperfecta del rico con el pobre, pero no es de derecho natural que uno se haga con lo necesario para sobrevivir en situación de necesidad extrema. Así, mientras que, para Tomás de Aquino, podría decirse que la cesión del uso de los propios bienes es una obligación perfecta, y no sólo desde la perspectiva del que posee los medios, sino desde un punto de vista absoluto (le es algo debido al pobre), la opinión de Smith es que constituye una gracia concedida por la benevolencia del poseedor.

A fin de cuentas, el proyecto de Smith es resolver la paradoja de la sociedad comercial en dos movimientos, uno jurídico y otro económico: primero mantiene que, como el derecho a la propiedad es absoluto, su quebrantamiento sólo puede entenderse como una excepción, para después, una vez asegurada la propiedad, traducir el debate jurídico propiedad-necesidad a términos económicos: la división del trabajo aumenta de tal manera la productividad que, sin necesidad de violar la propiedad de los ricos, pueden cubrirse las necesidades de todos. La justicia se alcanza, por consiguiente, por medios económicos, no jurídicos o morales.

Ahora bien, una vez demostrado por qué una sociedad comercial es más justa que las primitivas, cuya economía es de mera subsistencia, Smith debe una explicación de cómo y por qué se pasa de la primera a la segunda, de si puede haber retorno, de si esos cambios son necesarios o no y, solidariamente, de las modificaciones en la constitución del individuo que se corresponden con tales avances y posibles retrocesos. Esta narración es lo que Dugald Stewart llama "Historia conjetural" y que constituye, hasta cierto punto, el propósito central de Smith en casi todas sus obras.

4. Una Historia de la Mente Humana

En buena medida, una historia de las culturas no podía dejar de presentarse ante los ilustrados escoceses —especialmente ante Adam Smith—, que asistían al florecimiento económico y cultural de su país, como algo natural, extremo que certifica Dugald Stewart en el relato sobre la vida y obras de su maestro: "cuando, durante un período de la sociedad como este en el que vivimos, comparamos nuestras adquisiciones intelectuales, nuestras opiniones, modos e instituciones con las que prevalecen entre las tribus salvajes, no puede dejar de ocurrírsenos una interesante pregunta: ¿mediante qué pasos graduales se ha llevado a cabo la transición desde los primeros y simples esfuerzos de la naturaleza no cultivada hasta un estado de cosas tan artificial y complicado? ¿De dónde ha surgido esa belleza sistemática que admiramos en el lenguaje estructurado; esa analogía que discurre a través de la mezcla de lenguajes hablados por las naciones más remotas y aisladas; y esas peculiaridades por las que se distinguen unas de otras? ¿De dónde el origen de las distintas ciencias y las diversas artes; y por qué cadena se ha dirigido la mente desde sus primeros rudimentos a sus últimas y más refinadas mejoras? ¿De dónde el impresionante constructo de la unión política, los principios fundamentales que son comunes a todos los gobiernos y las diferentes formas que ha asumido la sociedad civilizada en las distintas edades del mundo?"[32].

Sin embargo, como cabe suponer, puede esperarse alcanzar muy poca información sobre la mayor parte de los acontecimientos que han marcado el itinerario de nuestros antepasados, teniendo en cuenta que la escritura —alumbrada, según Smith, por la necesidad que los hombres tenían de llevar un registro de sus transacciones— es un invento relativamente tardío. Quizás, escribe Stewart, pudieran espigarse algunos datos aislados de las observaciones de los viajeros que han contemplado la ordenación de las naciones atrasadas; pero de este modo de proceder, como es evidente, no puede obtenerse nada que pueda aproximarse a una descripción detallada, conexa y articulada de las mejoras humanas. "Ante esta falta de pruebas directas, nos vemos en la necesidad de suplir lo que falta en hechos, con conjeturas; y cuando somos incapaces de identificar cómo se han conducido en realidad los hombres en ocasiones particulares, necesitamos considerar en qué manera es probable que hayan procedido, a partir de los principios de su naturaleza y de las circunstancias de su situación externa"[33]. En tales investigaciones, los hechos aislados que nos proporcionan los viajes terrestres o marítimos podrían servirnos de balizas para nuestras especulaciones; y algunas veces nuestras conclusiones a priori podrían tender a confirmar la credibilidad de los hechos que, para una mirada superficial, aparecerían como dudosos o increíbles"[34]. Esta historia que tiene por objeto la mente humana, por tanto, no puede asimilarse, en su propósito y método, a la disciplina que conocemos con el nombre categórico de "historia": en su propósito, porque, como se verá un poco más adelante, no se trata únicamente de referir hechos de los que tenemos testimonio cierto, sino de cartografiar los principios más nucleares a la naturaleza humana; y en su método, porque, de acuerdo con su propósito, se busca reconstruir la historia en su curso más "natural", el más acorde con los principios de la naturaleza humana y de las cosas, que no tiene por qué ser necesariamente el fáctico. Respecto a lo primero, Stewart afirma que "en sus escritos, sea cual sea la naturaleza del tema, rara vez pierde el Sr. Smith oportunidad de consentirle a su curiosidad trazar, a partir de los principios de la naturaleza humana o de las circunstancias de la sociedad, el origen de las opiniones e instituciones que describe. Anteriormente mencioné un fragmento concerniente a la Historia de la Astronomía, que ha dejado para publicación. Y le he oído decir en más de una ocasión que tenía proyectada, en la primera parte de su vida, una historia del resto de las ciencias de acuerdo con el mismo plan. En su Riqueza de las Naciones, se introducen varias disquisiciones con un objeto parecido como meta, particularmente la delineación teorética que ha dado del progreso natural de la opulencia de un país; y su investigación de las causas que han invertido este orden en los diferentes países de la Europa moderna (cfr. WN III). Sus lecciones sobre jurisprudencia, por lo que hemos dicho antes de ellas, parecen haber abundado en tales investigaciones"[35].

El método, por su parte, es también enteramente propio de los ilustrados: la convicción programática fundamental, expuesta a propósito de Smith en el epígrafe anterior, es que la naturaleza cósmica y la humana son susceptibles de un estudio paralelo, es decir, que, del mismo modo que la regularidad de los fenómenos externos a nosotros permite la física, la regularidad de los fenómenos mentales da pie a un estudio de los principios rectores de la mente humana[36]. Por eso, al examinar la historia de la humanidad, así como al examinar los fenómenos del mundo material, cuando no podemos reconstruir el proceso mediante el cual se ha producido un acontecimiento, resulta a menudo relevante ser capaz de mostrar cómo habría podido ser producido por causas natu­rales[37]. "A esta clase de investigación filosófica —escribe Stewart—, que no tiene nombre apropiado en nuestro lenguaje, me tomaré la libertad de llamarla Historia teórica o conjetural; una expresión que coincide bastante en su significado con el de Historia Natural, según lo emplea el Sr. Hume, y con aquel al que algunos escritores franceses han llamado Histoire Raisonnée"[38]. Y aquí "natural", "conjetural" y "razonada" son adjetivos perfectamente compatibles, pues constituyen denominaciones tomadas desde dos puntos de vista diversos, dependientes de la naturaleza del tema y del propósito del autor.

En primer lugar, desde la perspectiva del tema, este tipo de historia es, para Hume, natural porque, como en su explicación del origen de la justicia, no se apela a causas finales ni a operaciones intencionales, sino a los principios de la naturaleza humana, que actúan sólo como causas eficientes, y a las circunstancias externas del hombre. En segundo lugar, bajo el enfoque del autor, que la historia sea conjetural y razonada significa que se escribe por una doble relación a los principios de la mente humana: es lugar donde descubrirlos, por una parte, pero también lugar donde ilustrar los descubiertos a priori. Y quizá esto último sea lo predominante en Smith: escribir la historia de la humanidad por referencia a la constitución del hombre, expuesta principalmente en su Teoría de los Sentimientos morales. Por eso puede constituir una historia razonada: porque los hechos son recogidos y asumidos por una idea, desde la que se escribe la historia y según la cual, en algunas instancias, unos acontecimientos son datados con anterioridad o posterioridad a otros. Este modo de proceder queda justificado por Stewart de la siguiente manera: "bajo este encabezamiento sólo añadiré que, cuando diversos autores proponen diferentes historias teóricas del progreso de la mente humana en una línea de ejecución, resulta por lo menos posible que se hayan realizado todas; puesto que los asuntos humanos nunca exhiben uniformidad perfecta en dos instancias distintas. Pero que se hayan realizado o no es una cuestión de poca monta. En la mayoría de los casos resulta de más importancia distinguir el progreso que sea más simple que el más ajustado a los hechos; pues, por paradójico que parezca, es claro, con toda certeza, que el progreso real no es siempre el más natural. Puede haber sido determinado por accidentes particulares cuya probabilidad de ocurrir de nuevo es muy remota, y que no pueden considerarse como partes de la provisión general que la Naturaleza ha hecho para la mejora de la raza"[39].

Este modo de enfocar la realidad es deudor, como se explicó en el epígrafe previo, del "optimismo metafísico" tan característico de la tradición abierta por Shaftesbury y Hutcheson que postula a Dios como Arquitecto benevolente y providente, organizador de la naturaleza cósmica y la humana como armónicas: el modo "natural" de discurrir la historia es el no constreñido por inter­venciones humanas artificiosas, a saber, las que no riman con los principios ínsitos en su constitución. Por eso puede Smith adoptar un punto de vista olímpico respecto a los hechos: el óntos on es la naturaleza del hombre y la del cosmos; y la historia verdadera es la que obedece a su despliegue armónico, sin trabas externas. A este respecto, pueden encontrarse paralelismos relevantes entre el tipo smithiano —y, en general, ilustrado— de relatar la historia y las historias naturales evolucionistas del siglo posterior, escritas por referencia a la idea de progreso, que permitía clasificar los datos disponibles según una jerarquía ascendente[40].

Con todo, no se trata ahora de dilucidar hasta qué punto este modo de escribir la historia sea, en buena medida, su negación como ciencia, sino de defender la tesis de que trazar la historia de los progresos de la mente humana constituye el punto central de la filosofía de Smith. Stewart apunta a esto al afirmar que, si bien un campo especialmente propicio a esta especie nueva de historia es el de las ciencias matemáticas, sobre las que Smith escribió una de sus primeras creaciones filosóficas, no es menos verdad que todo el resto de actividades humanas es "susceptible de ser contado de este modo: la política, las instituciones sociales y jurídicas, etc., al modo en que Montesquieu abrió el camino de esta ciencia. En vez de embrollarse en la erudición y prolijidad de los especialistas, consideró que las leyes provenían de las especiales circunstancias de la sociedad e intentó relacionar los cambios en las regulaciones jurídicas con los registrados en el sistema cultural, tomando pie, con frecuencia, en acontecimientos de civilizaciones lejanas en el espacio y el tiempo, y haciendo así una historia de las civilizaciones y sus leyes"[41].

Es preciso, por consiguiente, desembarazarse de la pequeñez de espíritu del historiador convencional, aturdido entre minucias irrelevantes, para mirar desde la situación actual del hombre y su naturaleza, invariable en su composición y común a todos los individuos, y escribir, conjeturando el progreso natural allí donde falten datos, la historia ascendente de la humanidad, que culmina, como ya se ha indicado, en el estadio comercial. Este resulta ser justo, libre y el más acorde a la naturaleza del hombre, tema obsesivo de los escritos de Smith: "el estudio de la naturaleza humana, en todas sus ramas, más particularmente el de la historia política de la humanidad, abrió un campo ilimitado a su curiosidad y am­bición; y, al tiempo que proporcionaba alcance a todas las potencialidades de su genio comprehensivo y versátil, gratificó su pasión dominante, la de contribuir a la felicidad y mejora de la sociedad"[42].

El conducto por el que el mismo Smith quiso hacer esa contribución fue la escritura de la historia de los progresos de la mente humana, impulsados por los principios de su naturaleza. Relata Stewart que, como profesor de lógica, Smith dedicaba la mayor parte de su tiempo a la explicación de un sistema de retórica y belles lettres, puesto que "el mejor método para explicar e ilustrar las diversas capacidades de la mente humana, la parte más útil de la metafísica, surge del examen de los distintos modos de comunicar nuestros pensamientos por medio del lenguaje y de la atención a los principios de aquellas composiciones literarias que contribuyen a la persuasión y al entretenimiento"[43].

Más tarde, ya en el puesto de profesor de filosofía moral Smith dividía sus lecciones en cuatro partes: la primera contenía la teología natural, en la que consideraba las pruebas del ser y los atributos de Dios y aquellos principios de la mente humana en que está fundada la religión. La segunda comprendía la ética en sentido estricto, y consistía principalmente en las doctrinas que publicaría con posterioridad en sus Sentimientos Morales. (...) En la última parte de sus clases examinaba aquellas regulaciones políticas que se fundan no tanto sobre el principio de justicia cuanto sobre el de eficacia, y que están calculadas para incrementar las riquezas, el poder y la prosperidad de un estado. Bajo esta luz consideró las instituciones políticas relativas al comercio, las finanzas y los establecimientos eclesiásticos y militares. El contenido de estas clases era, en substancia, el trabajo que después publicó bajo el título Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones"[44]. En la tercera parte de las antes mencionadas, trataba en más detalle de aquella rama de la moralidad que se refiere a la justicia y que, susceptible de leyes precisas y ajustadas, resulta, por tanto, capaz de recibir una explicación completa y particular. Y Stewart añade: "en este tema, siguió el plan que parece sugerir Montesquieu, atreviéndose a trazar el progreso gradual de la jurisprudencia, tanto pública como privada, desde las épocas más rudas a las más refinadas, y también a señalar los efectos de aquellas artes que contribuyen a la subsistencia y a la acumulación de la propiedad, al producir mejoras o alteraciones correspondientes en la ley y el gobierno. También quiso ofrecer al público esta parte de su trabajo; pero para esta intención, mencionada al final de su Moral Sentiments, no le quedó vida suficiente"[45].

En efecto, en una carta de Smith dirigida al Duque La Rochefoucauld, fechada el 1 de noviembre de 1785, se lee: "no he olvidado lo que le prometí a su Gracia en una edición de mi Teoría de los sentimientos morales, y que espero ejecutar antes del fin del presente invierno. De igual manera, tengo dos grandes obras sobre el tapete; la primera es una especie de historia filosófica de las distintas ramas de la literatura, filosofía, poesía y retórica; la otra es una teoría e historia de la ley y el gobierno" (las cursivas no están en el original)[46]. Cuando le sobrevino la muerte, en 1790, todavía no había cumplido su promesa, si bien algunos de sus esfuerzos en esta dirección nos han llegado por medio de los apuntes de clase publicados como Lectures on Jurisprudence. Pero esto no había de ser sino parte de una historia filosófica de todas las ramas del saber, comenzada con los ensayos de juventud, agrupados como Essays on Philosophical Subjects, y diferenciados sólo por el subtítulo, pues comparten como rótulo "Los principios (de la naturaleza humana) que conducen y dirigen las investigaciones filosóficas; ilustrados por...".

Pero de todo este proyecto de historia filosófica, sobresale lo referente al gobierno y organización de los hombres, pues el motivo de emprender ese relato del progreso de la mente humana era promover mejor la libertad, como declaró en un manuscrito datado en 1755 y del que Dugald Stewart entresaca unas ideas para defender la originalidad del pensamiento de su maestro. Son estas: "por lo general, el hombre es considerado por los estadistas y los que proyectan la política como el material de una especie de mecanismo político. Los proyectores perturban el curso de las operaciones de la naturaleza en los asuntos humanos; y esta sólo requiere que se la deje en paz y que se le otorgue un juego justo, de forma que pueda establecer sus propios designios". En otro lugar, añade: "Para llevar a un estado del más bajo barbarismo al nivel más alto de opulencia se requiere poco más que paz, impuestos moderados y una administración de justicia tolerable; todo el resto es aportado por el curso natural de las cosas. Todos los gobiernos que frustran este curso natural, que fuerzan que las cosas vayan por un canal diferente o que se atre­ven a detener el progreso de la sociedad en un punto particular, son antinaturales, y para sostenerse se ven obligados a ser opresivos y tiránicos. Una gran parte de las opiniones enumeradas en este documento están tratadas en detalle en algunas de las clases que todavía conservo, y que fueron escritas por la mano de un escribiente que dejó mi servicio hace seis años. Todas ellas han sido tema constante de mis lecciones desde el primer día en que enseñé en el curso de Mr. Craigie, el primer invierno que pasé en Glasgow, hasta ahora, sin variaciones considerables. Todas ellas habían sido objeto de las conferencias que di en Edinburgo el invierno antes de irme, y puedo aducir innumerables testigos, tanto de allí como de aquí, que las reconocerán lo suficiente para decir que son mías"[47].



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